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Hacia otro tipo de relaciones: la responsabilidad afectiva.

Cada vez nos suena menos novedoso aquello de que el amor romántico está lleno de mitos y genera relaciones desiguales, que la violencia se encuentra muchas veces sustentada por ellos y que durante muchas generaciones nos han contado que el amor tiene que ser de una manera (diferente para hombres y mujeres). Por eso, desde los movimientos feministas se ha abordado este tema, para deconstruir la idea que tenemos de las relaciones y generar vínculos más seguros, satisfactorios y basados en los cuidados y no en desigualdades.

Está muy bien eso de renunciar a nuestra media naranja, de entender que el amor no duele y que quién bien te quiere, no te hará llorar, pero ¿y ahora qué? Después de cargar con ellos toda la vida como si de una mochila se tratase, resulta que no valen, que hay que encontrar otras maneras. Y en esa ardua tarea de no dejarnos en un “vacío amoroso” han aparecido algunos movimientos que intentan dar una alternativa a estos modelos y dar paso a estas nuevas formas de relación. En este contexto han aparecido algunos términos como la responsabilidad afectiva, ¿pero qué es eso?

La responsabilidad afectiva es, a fin de cuentas, hacernos cargo. Hacernos cargo de que nuestras acciones tienen repercusiones en el resto de personas. Hay que aclarar que este término no se refiere solo a las relaciones de pareja, sino que es aplicable a todas nuestras relaciones: familiares, de amistad…

Algunos conceptos como cuidado, empatía o diálogo son cruciales para entender las relaciones responsables, para poder tratar todas aquellas emociones que van apareciendo en ellas. Es necesario darles un lugar donde poder hablarlas, entendiendo que pueden cambiar con el paso del tiempo, al igual que nuestras necesidades. Esto es totalmente legítimo, y no quiere decir tener que renunciar a nuestros deseos y anteponer los del resto, simplemente, entender que lo que yo haga, afectará a nuestro vínculo de alguna manera. Cuando somos responsables afectivamente no solo estamos cuidando nuestras emociones, también las de la otra persona. Veamos a continuación algunas claves:

 Comunicar nuestras emociones: de una manera honesta y sincera, intentando no entrar en reproches o culpas y abarcando todo el abanico de emociones que sentimos, no evitando las que nos generan incomodidad o dolor. Practicar la asertividad es fundamental para lograr esto. La gestión de nuestras emociones implica saber comunicarlas, y esto no es algo que nos venga de serie, implica aprender a hacerlo como si de un entrenamiento se tratase.

 Crear un encuadre común: ser capaz de poner algunos límites, hablar sobre lo qué se espera de esa relación, cuál es nuestro compromiso con ella… ayudan a generar un contexto común conocido por ambas personas y evita que haya malentendidos. La responsabilidad afectiva no es aplicable sólo a relaciones largas, sino que podemos aplicarla en todas , sean del tipo que sean. Ahora mismo se ha popularizado el término ghosting, que hace referencia a ese momento en el que una persona decide terminar una relación desapareciendo de la noche a la mañana, como si fuera un fantasma. Aunque puede aparecer en todo tipo de relaciones, es muy común en aquellas que tienen que ver con el inicio de una relación en la que ha habido algún encuentro esporádico, a veces sexual. Cómo decíamos arriba es legítimo que en algún momento nuestras necesidades y deseos no coincidan, pero la otra persona tiene derecho a entender por qué se acaba. Esta práctica genera mucho malestar, pues no se puede explicar lo que ha sucedido y en el (solitario) intento de dar un sentido a eso aparecen muchas veces sentimientos de culpa o vergüenza. En estas relaciones, catalogadas por algunas personas como “no serias” , parece que la responsabilidad afectiva no tiene que estar presente, pero es crucial empezar a practicarla en ellas también. No confundamos el compromiso con la responsabilidad.

– Aceptar y gestionar los conflictos: entender que forman parte de las relaciones y que estos no siempre implican una ruptura del vínculo, nos permiten verlos como una oportunidad para hacer más fuerte este. Abordarlos de una manera empática y teniendo en cuenta todo lo hablado anteriormente pueden generar un nivel más alto de compromiso e intimidad. A veces algunos conflictos tienen difícil solución y permanecer en esas relaciones nos hace daño, ser responsable afectivamente implica también saber cuándo salir de ellas y soltar.

Para todo ello, el trabajo personal de conocimiento es una gran ayuda ya que con las relaciones actuales muchas veces se activan viejas heridas del pasado (abandono, desvalorización…), heredadas de nuestras primeras relaciones y que pueden interferir en estos vínculos posteriores. Conocer, al igual que hacíamos con los mitos del amor romántico, cual es esa mochila nos ayudará a poder entender mejor qué nos está pasando y poder comunicarlo.

Como hemos visto, son múltiples los beneficios de poner en práctica la responsabilidad afectiva en nuestras relaciones, ya que permiten que se establezcan vínculos mucho más profundos y satisfactorios, nos conectan más a las personas y generan una amplia red de sostén de la cual formamos parte.

 

Isabel Trasobares Peyrona

Psicóloga de Nara Psicología

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