Cuando empieza un nuevo año hacemos balance de lo que hemos pasado y también de los nuevos propósitos para este año que comienza: ir al gimnasio, aprender una nueva lengua, apuntarnos a clases de baile o tomar la decisión de empezar a ir a terapia. El empezar un proceso terapéutico implica comenzar a descubrirnos y a entender cómo funcionan nuestras emociones y cómo se han ido formando. Esto es un proceso que lleva tiempo ya que cada día podemos aprender algo nuevo de nosotras mismas que no conocíamos. Además, en nuestras vidas hay cambios que a veces nos hacen desestabilizarnos, por eso es importante revisarnos de vez en cuando y poner nuestra salud mental en el centro.
Una vez que nos hemos decidido a empezar terapia nos preguntamos cuál será la mejor terapia ya que hay diferentes tipos y escuelas. Por hablar de manera general, hay una terapia enfocada al síntoma, eso significa que el objetivo principal será acabar con eso que nos está generando malestar. Hablamos de síntomas para referirnos por ejemplo a la ansiedad, al insomnio o problemas con la gestión de la comida. Estas manifestaciones nos indican que hay algo en nuestro interior que se ha desestabilizado o que hemos vivido o estamos viviendo una situación para la cual nos vemos sin herramientas para gestionar. El trabajo en este tipo de terapias es eliminar esos síntomas de una manera superficial para lograr que la persona viva más adaptada a su medio. Suelen ser terapias de duración más corta y muy enfocadas al motivo de consulta.
Hay otras terapias, a la que llamaremos terapia profunda, en las que una vez que hemos trabajado el síntoma, entendemos cómo funciona y cómo se manifiesta y podemos aprender a gestionarlo, se sigue profundizando entendiendo cómo se ha construido nuestra personalidad. Estas terapias tienen una duración más larga, extendiéndose a lo largo de los años en un trabajo de autoobservación y análisis.
Algunas de las ventajas que tienen las terapias más profundas son:
– Abarca la totalidad de la persona y no solo el síntoma, es decir trabajan varias áreas de su vida (laboral, familiar, personal, de pareja…), así como aspectos internos (apego, estructura de personalidad, mecanismos de defensa…). Al tratar la persona como un todo y no como un síntoma, podemos tener una visión más global que nos permita lograr una armonía entre cada una de ellas, viendo cómo interactúan y si se están generando conflictos entre ellas.
– En las terapias profundas es importante el vínculo que se establece y éste tarda un tiempo en instaurarse. Muchos estudios hablan del vínculo como el elemento que más peso tiene en que una terapia sea efectiva, y no tanto el tipo de corriente o las técnicas que se utilizan. Como es normal, para establecer un vínculo seguro con alguien, necesitamos conocer a la terapeuta que nos va a acompañar en este viaje de exploración y también confiar en el espacio terapéutico. Muchas veces, este vínculo ya tiene una función reparadora en sí mismo, ya que la persona que viene a terapia aprende que otras maneras de relacionarse son posibles y, sobre todo, seguras. Hacer del espacio terapéutico un lugar seguro será fundamental para que una terapia tenga éxito.
– Permiten que los cambios sean más duraderos, ya que no solo se trabaja de manera superficial, sino que entendemos la estructura de dónde viene y podemos modificarla con nuevas experiencias. A veces, eliminar o gestionar un síntoma es relativamente sencillo, pero vemos que aparece de nuevo a los meses de la misma manera o de otra diferente. Tenemos que entender que los síntomas no son más que señales de alarma que nos indican que hay algo que no está bien, que ha entrado en conflicto o que se está desestabilizando. Para poner un ejemplo y que lo entendamos, es como si un día te levantas con fiebre (síntoma) y te tomas algo para bajarla, por ejemplo, un paracetamol. Probablemente funcione y te ayude a disminuir la temperatura corporal, pero si ese síntoma que es la fiebre viene provocado por una infección interna, la fiebre volverá a manifestarse de nuevo hasta que no tratemos la infección que la está causando. Lo mismo pasa con nuestra salud mental, podemos eliminar o disminuir la ansiedad con técnicas de relajación o respiración, pero si no indagamos en el origen que está activando esta alarma, probablemente la ansiedad vuelva a aparecer de nuevo.
-La terapia profunda supone un trabajo de exploración para ver el camino recorrido. Es básico entender cómo hemos llegado hasta aquí, cómo han sido nuestras experiencias pasadas. Por eso, en este tipo de terapias se va reconstruyendo, como si de un puzzle se tratara, las diferentes etapas vitales, dotándolas de un sentido integrado. Además, en este recorrido, se van visibilizando algunas heridas de la infancia que se pueden reparar durante el proceso.
-Las terapias profundas requieren de tiempo y esfuerzo (tanto económico como personal). Entender que una vez que hemos superado el síntoma, es el momento de buscar en el fondo de nosotras mismas para poder conocernos mejor y lograr con ello un mayor bienestar a todos los niveles. Muchas personas se ven tentadas de dejar el proceso una vez que el síntoma ha remitido, pero justo en ese momento, es en el que podemos empezar a hacer un trabajo de exploración. Por poner un símil, cuando el mar está revuelto, bastante tenemos con mantenernos a flote. Cuando el mar vuelve a la calma, será el momento de sumergirnos en él y poder explorar todo lo que el fondo nos tiene guardado.
Esto, por supuesto, implica entender que el proceso no siempre será sencillo y que habrá momentos en los que sintamos que hay partes de nosotras que no nos gustan y nos hacen daño. Mirar nuestras heridas de frente y hacernos cargo de ellas no siempre es una tarea fácil. Por eso, la labor de la/el terapeuta, será acompañar en este proceso no lineal, que tiene momentos de “subidón”, pero también de “bajón” y dando espacio a esas cosas que en la vida diaria no tienen.
Y si este 2022 ¿apostamos por empezamos a cuidar nuestra salud mental?
Isabel Trasobares Peyrona
Psicoterapeuta de Nara Psicología