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El amor: antídoto contra el cambio climático.

“Con la educación ambiental tomando un rol cada vez más protagónico en nuestras sociedades, no olvidemos fomentar el amor por la naturaleza para educar a futuros adultos comprometidos con su cuidado”. David Sobel, “Más allá de la ecofobia”, 1995.

El 26 de enero se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental con el propósito de concienciar a la población sobre el cuidado del medio ambiente e inspirar a la ciudadanía a proteger nuestro entorno. 

Para promover la concienciación hacia los problemas ambientales los medios de comunicación, las redes sociales, las instituciones educativas… nos ofrecen campañas, repetitivas y constantes, que presentan datos catastróficos acompañados de  imágenes de la naturaleza dramáticas que resultan constantes predicciones adversas para el planeta. ¿Cuántas veces nos sentimos sobrepasadas por el peso de la crisis ambiental y tentadas a mirar hacia otro lado?

Desde Nara Psicología, interesadas por las relaciones recíprocas entre las personas y el medio ambiente, nos preguntamos si este tipo de campañas, que incuban el miedo y el rechazo al futuro medioambiental, son las adecuadas para la población en general y, en especial, para las niñas y los niños.

David Sobel en su libro “Más allá de la Ecofobia”, critica la situación psicológica en la que viven las generaciones más jóvenes de hoy, desconectadas de la naturaleza más cercana e informadas a través de los media y la tecnología de las catástrofes medioambientales que están sucediendo.

Las palabras Educación Ambiental suelen asociarse a “para niños y niñas”. Parece que hemos normalizado que los problemas ambientales van a ser resueltos en un futuro. Y que, por lo tanto, es responsabilidad de las generaciones futuras hacerse cargo de ellos y darles una solución. ¿Parece una mochila muy pesada para sus hombros, no?

Uno de los objetivos de la Educación Ambiental, tanto en la infancia como en personas jóvenes y adultas, es el de motivar acciones y cambios que favorezcan nuestra relación con el ambiente. Pero resulta difícil pedirle a alguien que realice cambios en su vida cotidiana para proteger algo que no conoce, no ama o que siente lejano.

Entonces, ¿cuál es la mejor forma de comprometer a la ciudadanía con el cuidado del medio ambiente? Saliendo de lo catastrófico y motivando cambios desde lo positivo, promoviendo la sensibilización con la naturaleza para generar vínculos con ella. Esto es lo que, a la larga, despertará en las personas el deseo de actuar: el amor por ella.

Desde Nara Psicología os invitamos a tomar la responsabilidad en el presente, a salir de vuestra zona de confort y a abandonar el discurso de las nuevas generaciones. A reflexionar sobre cómo, en un planeta con una creciente urbanización y alejados del verde, habitamos nuestros espacios naturales y cuánto estamos conectadas o desconectadas con la naturaleza.  A darnos cuenta de que, en el presente, las adultas somos nosotras y que si algo hemos de hacer por solucionar las catástrofes que se vienen tiene que ser a partir del día de hoy, con nuestro ejemplo.

Debemos primero volver a conectarnos y recuperar ese vínculo con la naturaleza para procurar el vínculo entre la infancia y la naturaleza. ¿Cómo podemos contagiar algo que no somos? Cualquier persona podemos recordar momentos de nuestra infancia y encontrar algún instante de felicidad o alegría en el que la naturaleza esté presente: vacaciones, excursiones, paseos o tardes de juego. Esas experiencias sirven de motivación para involucrarnos en la tarea de detener el cambio climático. Las infancias de las mayores activistas medioambientales han sucedido en un contacto estrecho, íntimo, creativo y juguetón con la naturaleza, acompañadas de personas de referencia inspiradoras y facilitadoras de esas hermosas vivencias.

¿Entonces, como adultas qué podemos hacer en nuestro día a día para seguir propiciando en los niños y las niñas un vínculo con la naturaleza?

Una de las recomendaciones de la psicóloga y pedagoga Eike Freire tiene que ver con fomentar experiencias positivas que sirvan de base para el vínculo con la naturaleza, como el juego libre. Que los niños y las niñas puedan reunirse y jugar sin intervención de las adultas, que ellos y ellas pongan las reglas, que decidan qué juegos quieren y sobre lo que están jugando, que creen e imaginen nuevos juegos…

Otra de las cosas que Eike Feire nos recomienda es favorecer espacios con experiencias sensoriales y que les permitamos sorprenderse por ellas. Proponer salidas al campo en las que puedan oler, sentir, que puedan ensuciarse… ¡involucrar a todos los sentidos para conectar con la naturaleza!

Como especie surgimos del mundo natural, ¡somos naturaleza! Generar este vínculo y reconectar con la naturaleza, pieza clave del desarrollo humano, no sólo va a protegerla a ella, también nos va a aportar beneficios a nivel intelectual, individual y colectivo, ya que va a ser clave a nivel psicosocial, psicomotriz, cognitivo, en el sistema inmunológico… Vamos a tener niñas y niños con más creatividad, con más imaginación y con más empatía con la vida y con las personas.

Como dice Sobel:  “Si queremos que los niños florezcan, que sean verdaderamente capacitados, permitámosles amar la tierra antes de pedirles que la salven”.

 

Bárbara de Castro Cristiano

Psicoterapeuta de Nara Psicología

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