Vivimos en tiempos inciertos, de prisas, de inmediatez y centrados en el hacer y el hacer. Parece que no hay posibilidad de pausa, o bien porque los tiempos de producción capitalista cada vez son más extremos, o bien porque cuando podemos parar se nos hace difícil sostener el sosiego que requiere el descanso y los tiempos de lentitud se nos hacen pesados y agobiantes.
Vemos como el ocio se ha convertido en un espacio de consumo y de actividad frenética donde el imperativo social nos recuerda que lo importante es gozar y no parar. El discurso capitalista ha sabido entender que, por la vía del consumo y la actividad constante, la falta intrínseca que constituye al ser humano puede ser completada o saciada siempre de algún modo.
El ritmo del mundo exterior es incompatible con el del mundo interno. Las palabras se contraponen cuando los nombramos. Ahí puede surgir el malestar, la angustia, los sobresaltos o la insatisfacción. Hay momentos en lo que algo nos toca y nos afecta, nos atañe y nos sorprende, y nos obliga a parar. Esta pausa la podemos entender como una invitación a pensar y a vivir la espera como un espacio único donde crear algo nuevo. Donde encontrar esas palabras que no entienden de prisas. Si no damos cabida a los ritmos lentos de la espera, contrarios a los impuestos por el discurso social, nos estamos perdiendo la oportunidad de abrir lugares a la creación y a la sorpresa, al encuentro con el deseo propio imprescindible para vivir.
Esta espera y estas palabras sin prisas las encontramos continuamente en el juego infantil.
El juego para las niñas y los niños es un hilo interminable. Permite cambios y movimientos sin filtros: repetición de las mismas escenas, intercambio de personajes, nuevas representaciones… En el juego infantil no hay meta, no hay final. Es infinito. No hay una victoria. Se juega por el disfrute. Es un disfrute del tiempo. Siempre se está creando algo nuevo. No hay un destino ni finalidad. Es un ‘todavía no’. El juego nunca ha terminado a la hora de cenar. Es un ‘espera, no hemos acabado’.
Los tiempos en los que nos hayamos no son lo del juego infantil. Son los del ¡ya!, ¡ahora o nunca! Los de la finalidad, los del éxito o el fracaso. Tiempos de prisas, de consumo y de disfrute envuelto de finalidad. No hay lugar a una espera donde nazca un nuevo juego o una palabra propia. Ese ‘todavía no’ de aquello que merece ser esperado bajo las ‘expectantes palabras, fabulosas en sí’ que nos dice Ida Vitale para nombrar lo no pensado aún.
La espera es un espacio que hay que crear. Lo inmediato, como en el juego, queda suspendido para que en el mientras tanto vayan apareciendo esas palabras propias acordes con los ritmos interiores. Los tiempos de espera son en sí mismos un tiempo propio porque dan lugar a la construcción de una nueva creación. Permitirse esperar es abrirse a la confianza de que el juego todavía no ha acabado y que hay otras posibilidades por imaginar.
Laura Baños del Río.
Psicóloga en Nara.