La amistad: una vida en relación.

La relación social es intrínseca a los seres humanos. No podemos vivir, ni sobrevivir, sin relacionarnos. Mucho se ha hablado del momento histórico en el que nos encontramos donde la fragilidad del lazo social, las relaciones efímeras, el uso de aplicaciones y la virtualidad de la vida cotidiana nos convierte en personas cada vez más aisladas.

Además, la creencia del mito de la individualidad y el ‘hacerse a uno/a mismo/a’, paradigma del triunfo y el éxito en nuestra sociedad, incide, aún más, en la dispersión y ruptura del lazo social. Esta creencia que sostiene que alguien por sí solo/a puede lograr lo que se proponga es una falacia que niega el verdadero sostenimiento de la vida a través de las relaciones.

Hemos visto como la pandemia, el confinamiento y las sucesivas cuarentenas han dañado la posibilidad de la relación, la presencia, el afecto y la compañía. Vemos como una vida humana sin relaciones sociales se empobrece y se recorta. Por eso es importante que pensemos que papel cobra la amistad en nuestras vidas.

La amistad como desarrollo humano

En la primera infancia la relación entre iguales invita a la niña y al niño a una exploración de nuevos movimientos e interacciones imprescindibles para su psiquismo. La primera separación de la madre o el padre al ir a la guardería o al colegio se convierte en todo un acontecimiento que se irá repitiendo a lo largo de la vida de distintas maneras: la primera vez que va a dormir a casa de una amiga/o, la primera vez que se va de campamento… Toda una serie de primeras veces necesarias para el desarrollo humano y emocional que irá configurando su vida psíquica.

La amistad se torna primordial durante todas las etapas de la vida, pero fundamentalmente durante la adolescencia y la senectud, porque permite desligarse del poder parental en la primera y del poder de los hijos y las hijas en la segunda.

Durante la adolescencia la amistad se convierte en un espacio necesariamente vivo y vivible para el desarrollo de la rebeldía juvenil, donde experimentar y romper moldes. Un lugar de libertad e individuación. Una nueva separación parental más ‘radical’, deseosa y angustiosa  que aparece como el resultado a la salida del conflicto entre el mundo familiar conocido y el mundo exterior diferente.

La amistad entre mujeres.

Si hablamos sobre la amistad no se nos puede olvidar mencionar la importancia de la amistad para las mujeres.

Lejos del mito y el estigma patriarcal de la competitividad entre mujeres, nos encontramos, porque lo hemos visto a lo largo de la historia y en nuestra experiencia propia, cómo las relaciones de disfrute, de cercanía, de desinterés e interlocución que sostienen las amigas están lejos de concebirse bajo el prisma de la rivalidad femenina. Esa experiencia de unión entre mujeres para crear redes de supervivencia y amor, para sostener deseos y vida compartida, ha sido obviada y ensuciada por el patriarcado. La histórica subordinación de las mujeres en el mundo ha propiciado la creación de relaciones y lazos de afectividad que han sido fuente de vida y de placer para las mujeres. Podríamos hablar de una amistad histórica femenina donde se guarda como un tesoro el autoconocimiento fruto de las complicidades reveladas y donde ésta brota como salida al universal masculino neutro que aplasta la libertad de las mujeres. Es un espacio para reconocer y reconocerse. Por eso ha gozado siempre de tan mala fama frente al orden patriarcal: la amistad entre mujeres nace de la libre elección y es insumisa frente a las leyes de los hombres. Por eso la violencia patriarcal entiende que ha de verse reducida a una pérdida de autonomía donde la amistad se reduzca a encuentros formales aislados donde el poder del afecto, el cuerpo y la palabra no emerja ni se mantenga.

¿Qué es, entonces, la amistad?

La amistad, tanto para las mujeres como para los hombres, se constituye como uno de los elementos centrales de una vida. Entablar relaciones de apoyo, de diálogo, de amor y de enriquecimiento personal es consustancial a la condición humana. ¿Qué significa la presencia de un ser humano para otro ser humano? ¿Qué es lo que hace que alguien sea nuestro amigo o nuestra amiga?

El ser humano busca ser algo más que sí mismo para poder ser, a su vez, sí mismo. No podemos vivir sin los/as otros/as, son las relaciones humanas las que nos constituyen y las que nos hacen ser.  Existe un deseo inalterable de ser, y ese deseo de no ser idéntico/a se experimenta en el sentimiento compartido de ser con las y los demás. La amistad es uno de los lugares propios, y universales, de la realización humana. Una vida compartida que permite dar luz a una vida nueva.

La filósofa francesa Simone Weil dice que cuando lo que nos empuja hacia un ser humano es la búsqueda del bien para uno mismo no existen las condiciones para que se realice la amistad, pues ‘cuando un ser humano nos es necesario en cierto grado, no podemos querer su bien, a menos que dejemos de querer el nuestro propio. Donde existe la necesidad, existe la coacción y la dominación’. En la amistad es esencial la reciprocidad.

La amistad es una relación de elección mutua. Donde si ésta es sana es de las pocas relaciones donde no tiene cabida el poder. Es un lugar donde la libertad de estar con quien querer estar nos ilumina y nos nutre. Un lugar de respeto, autonomía, seguridad y confianza.

Vemos como la amistad nos permite elaborar lo diferente, lo semejante y lo complementario. Es decir, ante la presencia de otro u otra estamos irremediablemente encontrándonos ante la diferencia de otra existencia ante la que nos sorprendemos, nos preguntamos y de la que queremos saber. Por otro lado, ese encuentro también nos trae la extrañeza de lo similar que es la identificación con ese otro u otra y que vemos cómo es posible reconocerse en ese intercambio personal. Además, frente a las similitudes y diferencias en esa elección amistosa también nos encontramos con la ilusión de que esa persona complementa aquello que nos falta o trae algo que creemos que no tenemos.

Podemos entender la amistad como un lugar no normativo pues es una relación no heredada donde la creación y el deseo de ser está presente. La amistad roba tiempos y espacios a lo institucional, a lo establecido, a la legalidad y a lo productivo. Existe una libertad vivida en compañía que nos devuelve la medida de una misma y de uno mismo, y, por supuesto, del mundo.  Son relaciones que sanan y liberan y donde se configuran subjetividades, se resignifican conceptos y se restituyen viejos sentidos. Un lugar donde la autoridad compartida circula y donde cobra fuerza el compromiso libre de las relaciones humanas y la riqueza de la diferencia.

Laura Baños del Río

Psicoterapeuta en Nara Psicología.

 

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