Foto de Raquel Marín
Desplazarse, conocer nuevos lugares y habitantes ha constituido una de las grandes fascinaciones de la historia desde la antigüedad. Y es que viajar reúne las circunstancias idóneas para alcanzar las denominadas por el psicólogo Abraham Maslow “experiencias cumbre”: “experiencias místicas caracterizadas por la disolución de las fronteras personales y la sensación de ser uno con otras personas, con la naturaleza, con todo el universo…”
Y viajar… ¿beneficia en algo a nuestro cerebro, a nuestro cuerpo o a nuestro corazón? Diferentes estudios neurocientíficos coinciden en que cuando desafiamos a nuestro cerebro con nuevas, estimulantes y gratificantes experiencias se fortalece estructural y funcionalmente nuestra corteza cerebral, encéfalo, hipocampo (nuestro GPS), hipotálamo (memoria)… se crean nuevas neuronas, aumentan las conexiones sinápticas entre sí, mejora nuestra reserva cognitiva y potencia nuestra plasticidad cerebral. Viajar aumenta la liberación de dopamina y genera endorfinas. Otras investigaciones apuntan a que las personas que realizan actividades culturales o experimentan el mundo a través de viajes, tienen un fuerte sentimiento de pertenencia de grupo, una mejor aceptación propia y una menor tasa de mortalidad. Viajar reduce el estrés crónico y prolongado.
Viajar es una fuente de creatividad y un instrumento para el autoconocimiento y el descubrimiento; fomenta una actitud universalista y nos ayuda a relativizar y ganar perspectiva vital. Nos invita a romper con las rigideces y los negativos patrones de pensamiento, con nuestros prejuicios y nuestras malas costumbres. Viajar es una herramienta de mindfulness que pone en marcha nuestros cinco sentidos y nos conecta con el momento presente. Replantea nuestras dudas y funciona como antídoto contra los miedos, propone retos físicos y nos expone a hacer cosas de las que jamás pensaríamos ser capaces. Activa fortalezas psicológicas como la mente abierta, la curiosidad, la tolerancia y la flexibilidad mental. Aumenta las emociones positivas, la ilusión, la confianza en nosotras mismas y entrena nuestras habilidades sociales y de resolución de problemas.
Viajar reduce el apego a lo material y, con ello, los niveles extremos de consumo. Nos aporta mayor consciencia de los problemas ecológicos del mundo y consigue disminuir los radicalismos y aumentar nuestra confianza en los demás. Viajar evidencia la urgente necesidad de autocrítica y revisión por parte de las personas con privilegios ya que te coloca enfrente de las estructuras, normas y valores sociales que determinan la pobreza y la desigualdad.
Viajar pone en cuestión la desigualdad de género y lo que supone ser mujer en el mundo. Evidencia el motor que representa la mujer en el crecimiento económico y social de cualquier país y también las situaciones de violencia, abusos y un trato desigual en su hogar, en su entorno de trabajo y sus comunidades; la negación de oportunidades para aprender, obtener ingresos; menor acceso a recursos, poder e influencia; desigualdad debido a su clase, etnia o edad, creencias religiosas y fundamentalistas.
Y cuando hablamos de viajar… ¿es necesario brindar aquí también un espacio a la Mujer? Las mujeres siempre hemos sido aventureras, curiosas y pioneras. De hecho, la primera viajera -nos recuerda Alice Fauveau- era hispana, se llamaba Egeria y en el siglo I D.C se recorrió medio mundo para llegar a Tierra Santa”. Pero no nos queda lejana la época en la que las mujeres teníamos el espacio público vetado, no podíamos votar, no podíamos tener bienes propios o viajar sin la compañía de un hombre. Hoy empiezan a desarrollarse políticas turísticas con enfoque de género y cada vez son más las agencias especializadas en organizar viajes solo para mujeres que luchan para visibilizar a la mujer como viajera y para cambiar que la cultura de viajar sea también patrimonio patriarcal. Porque a pesar de esa fascinación histórica y a pesar de la renovación actual del “sentido del viaje”, viajar sola sigue siendo hoy una revolución, para ella y para quienes la ven.
“Preparar el equipaje” no es la única forma de viajar. No. ¿Te has planteado alguna vez hacer un viaje introvertido? Sí, un viaje interior como nos propone Claudio Naranjo. Un trayecto a través de tus propios mapas cuyo destino sea el autoconocimiento. Los estudios neurológicos muestran la capacidad de la psicoterapia para modificar las estructuras cerebrales y sus programas disfuncionales y mejorarlas, consiguiendo estrategias de gestión personal que incrementan el bienestar y una mejor actitud vital para afrontar el día a día.
Hacer psicoterapia es descubrir las pasiones que colorean nuestra vida: la bondad, la creatividad, la inteligencia y la fortaleza que se tiene, aunque también se logran reconocer en una misma emociones y actitudes que pensamos que radican en los demás como la violencia, la envidia, los celos… Hacer psicoterapia es fortalecer el yo para tolerar todas estas emociones. Es abrirse a la esperanza, a la posibilidad de reparar lo que se ha dañado y de transformar todo aquello que nos produce sufrimiento. Hacer psicoterapia es adquirir la capacidad para hacerse responsable de la propia forma de ser, de las propias emociones y conflictos y así dejar de culpar a los que nos rodean. En este viaje nos desprendemos de certezas, creencias, mitos, verdades absolutas, y abrazamos la seguridad en nosotras mismas, la fuerza para enfrentar los embates de la vida.
Freud propuso la metáfora del viaje terapéutico. Jung aludió a “el viaje del héroe” o “proceso de individuación” para sugerir que los relatos míticos de los viajes iniciáticos pueden entenderse como expresiones simbólicas de un proceso de transformación psíquica que las personas pueden experimentar durante el viaje terapéutico. El ensayista Joseph Campbell describe las etapas de la aventura del héroe en su obra “El héroe de las mil caras”. La terapia se adapta así a una aventura que puede cambiar la narrativa existencial de una persona, provocar cambios significativos y conducir a la resiliencia efectiva en poco tiempo. La tarea de la terapeuta es la de un guía, un guía turístico, un experto senderista, capaz de acompañar a las personas que le piden ayuda con sabiduría, experiencia y humildad en los caminos de la maduración y la consciencia. Virgilio, de la Divina comedia de Dante, Obi-Wan Kenobi de la saga Star Wars, Oráculo de Matrix ilustran su labor.
Le debemos a Maureen Murdock (escritora, psicoterapeuta junguiana y licenciada en terapia familiar) el desarrollo del concepto “el viaje de la heroína”. Basada en la teoría de Joseph Campbel diseñó una teoría centrada en las mujeres como protagonistas. Como podemos leer en la sinopsis de su libro “Ser mujer. Un viaje heroico.” es éste un viaje interno fundamental que tiene por meta la integración plena y equilibrada de la mujer como ser total, de abrazar totalmente su naturaleza femenina y de sanar la profunda herida de lo femenino, aprendiendo a valorarse a sí misma como mujer.
En Nara Psicología os esperamos para inspiraros a lograr vuestro propio viaje mítico.
Bárbara de Castro Cristiano, psicóloga en Nara Psicología.