ESTOY ANSIOSA Y NO SÉ POR QUÉ

Cada vez escuchamos más o decimos esta frase. En la consulta, con nuestras amigas, en las redes…en nuestra sociedad parece que los índices de ansiedad y depresión están disparados.

El fin de vacaciones y la vuelta a la rutina, miles de horas trabajando en trabajos muy precarios con poco cuidado hacia nosotras (eso si hay empleo), las horas de transporte público atestado de gente, la inexistente conciliación mientras vamos corriendo a todas partes. ¿De verdad no sabemos por qué estamos ansiosas?

La pandemia, el volcán de la Palma, la guerra de Ucrania, la crisis energética, el fin de los recursos, la marcha acelerada hacia el colapso…y me vuelvo a preguntar: ¿de verdad no sabemos por qué estamos ansiosas?

No me gustaría caer en simplificaciones ni demagogias sobre la ansiedad que cada persona sufre, ni caer en tramposas comparaciones entre los sufrimientos de unas personas y otras. Cada quien tenemos nuestra biografía y llevamos la famosa “mochila” de la que tanto se habla. A cada quien nos toca “echar cuentas” con nuestra historia y ver cómo podemos hacer para aligerarnos el camino pero, otra vez, no nos hagamos trampas jugando al solitario.

Igual que es trampa del sistema llevarnos a compararnos con quienes están sufriendo situaciones de mayor injusticia para fomentar la culpa en nosotras y que así nos sintamos cómodas en nuestros “pequeños” sufrimientos, también es trampa de este mismo sistema que nos quiere solitas, hacernos pensar que la solución a estas angustias es individual, está en nuestra mano y que en muchos casos es fruto de nuestra debilidad.

Y para muestra, un botón. Venimos y seguimos en un verano con no sé ni cuántas olas de calor, ese que dicen que será el más suave de los que están por venir. Hemos visto Europa devastada por los incendios y las sequías, el invierno se nos cuenta como amenaza por la crisis energética, la crisis de las materias primas, las recientes inundaciones de Pakistán…mensajes que nos suenan apocalípticos, que hacen referencia a esa palabra que se ha puesto tan de moda: la distopía. Y sentimos ansiedad, en este caso “ecoansiedad”.

Esa mezcla de miedo, shock, confusión, impotencia, trauma, culpa, vergüenza, enfado, estrés, desbordamiento y expectación que se nos mueve ante la inmensidad de nuestra tierra enferma.

Y ante este susto y este dolor vuelven a aparecer las “grandes defensas” de siempre para salvarnos de la quema, nunca mejor dicho.

La negación: quienes se empeñan en negarnos lo que son hechos para nosotras y sobre todo, nuestro dolor. Manteniendo el discurso que tantas veces utilizamos hacia nosotras mismas: “no pasa nada, no es para tanto”. Puede que hasta os estéis inventando esto del cambio climático.

La disociación: se nos invita a vivir como si estos mensajes, estos datos, estas experiencias no nos movieran el suelo. Como si no sintiéramos tristeza al ver arder los montes por los que hemos andado (¡que tiene hasta nombre! se llama solastalgia) y pudiéramos seguir como si nada corriendo a coger el metro, aunque cada vez sintamos que tenemos menos aire.

La culpa: apelando a nuestra responsabilidad individual terminamos sintiendo que los polos se derriten porque ayer no reciclé un tetrabrik. O, desde la omnipotencia, creyendo que gracias a mi reciclaje la temperatura de la tierra va a bajar dos grados.

La indefensión:  da igual si reciclo o no, qué transporte uso, lo que como y cómo vivo porque el colapso está llegando y yo no puedo hacer nada.

Una vez más esta ansiedad, la ecoansiedad, parece que tuviera que ver sólo conmigo, pero es que estar mal es muchas veces un problema colectivo.

Y por eso cuando volvemos a lo colectivo sentimos que se abre una pequeña grieta por donde entra la luz. Porque para ser resiliente (también palabra de moda que hace referencia a la capacidad que tenemos los seres humanos de superar circunstancias difíciles) sólo puedo serlo con otros y otras. No puedo “resilir” sola. Necesito vínculos con otros seres humanos, con otros seres vivos y con la tierra. Necesito sentir qué puedo aportar, qué puedo poner en juego mi singularidad en este mundo y eso sólo lo puedo hacer en colectivo. Necesito trascenderme y necesito contacto con el arte y la belleza.

Las palabras angustia y ansiedad tienen la misma raíz “angh” que significa estrecho, doloroso. Y se relacionan con el verbo “angere” (estrechar, oprimir).

¿No sentimos opresión en el pecho cuando estamos angustiadas y ansiosas?, ¿no sentimos que nos oprimen los problemas que caen como una losa sobre nuestras espaldas?

“Desde la invención del lenguaje no ha habido ni un solo ser humano que no se haya sentido al menos una vez ansioso por una vida demasiado estrecha. También los ríos se pueden volver ansiosos, angostos. Cuando no corren libres hacia la desembocadura, sino que se ven comprimidos en una curva geológica. Quizás la única solución sea una revolución ecologista, lo mismo que hacen los ríos cuando son aplastados en un recodo demasiado angosto. Es desde la necesidad de libertad y respeto que nacen las cascadas” (Andrea Marcolongo)

Ojalá en este equinoccio de otoño comencemos nuestro viaje hacia el ser cascadas. Y para acompañarnos en él no se me ocurre mejor banda sonora que la canción “Mi Revolución” de La Mare y María Ruíz.

Y como última sugerencia, no os perdéis el podcast “Gabinete de curiosidades”, temporada 4, episodio 8 “El espectáculo va a comenzar”. Una historia real de vínculos, de sueños colectivos, de belleza y de amor. Una historia de libertad donde muchas gentes se convirtieron en cascada.

Carmen Cabrillo García

Psicóloga en Nara Psicología

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