“En el dolor hay tanta sabiduría como en el placer; ambas son las dos grandes fuerzas conservadoras de la especie”
Friedrich Nietzsche
Las polaridades forman una parte muy importante de la personalidad como un proceso interno. Son los extremos opuestos de una misma dimensión, como puede ser bueno/malo, pensar/sentir, timidez/extroversión, generosidad/egoísmo, simpatía/antipatía o fortaleza/debilidad. Cada persona se identifica más con una de las dimensiones de la polaridad. Una persona puede identificarse con “ser buena” y que le sea muy difícil verse como mala o envidiosa. O bien, se identifica con ser una persona generosa y a su parte egoísta la tiene más escondida.
Este concepto de polaridades puede remontarse a los tiempos bíblicos donde ya se nombran los opuestos como el bien y el mal, Dios y el Demonio. En psicología aparecen por primera vez, en los trabajos de Carl Gustaf Jung y su Psicología Analítica. Este autor enunció como los elementos básicos psíquicos, negados por la persona a nivel consciente, tienden a desarrollarse en el inconsciente. Y esto ocurre según él, en la misma forma que una sombra tiende a reflejar algo que es real. Para Jung, las tensiones creadas por los elementos conflictivos son la verdadera esencia de la existencia. Sin tensiones no existiría la energía en el ser humano y por lo tanto tampoco la personalidad.
Y como técnica de intervención en psicoterapia fue creada por Fritz Perls dentro del marco de la Psicoterapia Gestalt, terapia orientada a la integración de las partes, actitudes o aquellas conductas no reconocidas en la persona, que, al mismo tiempo, forman parte del Sí Mismo (Self). Perls defiende que como dualidades que son estas polaridades que habitan en las personas, lucharán entre sí y se paralizarán unas a otras. Sólo integrando los rasgos opuestos, lograremos que la persona se complete de nuevo consiguiendo que las dos partes de la personalidad entablen un diálogo entre ellas, que conduzca a esa aceptación e integración. Aunque al inicio de ese diálogo, casi siempre, ninguna de ellas escucha a la otra, lo que indica que efectivamente están funcionando como unidades desintegradas.
Por ello, el objeto de trabajar con las polaridades es poder llegar a la integración de estos rasgos, características, papeles o roles o que se nos muestran interiormente como opuestos o antagonistas. Si una persona tiene definido su autoconcepto en base a “ser buena”, el enfado no será aceptado en su interior y por supuesto, también será mal visto en el exterior que esperará de ella que sea buena persona, que sea complaciente, que esté siempre disponible, que sea comprensiva y que no genere problemas. Y este papel, llegará un momento que le empezará a pesar. La polaridad opuesta del “ser buena” podría ser “la que se enfada”, la mala, la que no agrada siempre. Y es que cualquier persona necesita defenderse y poner límites y para ello es necesario tener a disposición y validado el personaje interno “que se puede enfadar”, que puede poner límites. Si internamente no nos permitimos el enfado y nos enjuiciamos, ¿de qué manera vamos a defendernos de una conducta que nos parezca abusiva?, ¿cómo vamos a expresar nuestro desacuerdo o desagrado hacia algo?, o ¿cómo vamos a respetar nuestras necesidades y deseos? Cuando estas respuestas no son permitidas internamente, suelen aparecer reacciones de ansiedad, malestar emocional o bloqueos.
El trabajo con las polaridades ayuda a poder permitirse que esas partes de una/o misma/o que han sido negadas o consideradas como “la parte oscura” puedan trabajarse y expresarse de manera equilibrada. Así, los elementos polares no solamente se oponen los unos a los otros, sino que también se atraen y se buscan entre ellos y el lograr su síntesis conduce a la estructura de la personalidad balanceada e integrada.
La técnica de polaridades pretende integrar los pensamientos, impulsos, emociones y sensaciones en conflicto. Se centra en que la persona pueda tomar conciencia de cada una de sus partes opuestas (polaridades) que conviven en su personalidad (agresión/sumisión, crueldad/amabilidad). Después se restaura el contacto con estas dos polaridades, de tal forma que estas se integren en su conciencia. Esta forma de conciencia e integración permite a la persona un estado de bienestar, la posibilidad de tomar decisiones y por ende ejercer un mayor control sobre su propia conducta.
Irene Hernández Arriero
Psicoterapeuta en Nara Psicología