El concepto de trauma ha ido evolucionando mucho en las últimas décadas, con descubrimientos científicos que amplían nuestra comprensión del mismo y con visiones que se complementan entre sí. Actualmente los tres elementos diferenciadores para categorizar una emoción traumática son los siguientes:
- La persona experimenta un evento estresante de elevada intensidad, con percepción real o subjetiva de peligro inminente y/o riesgo vital.
- Ese estrés experimentado supera la capacidad de respuesta habitual y adaptativa de la persona a nivel tanto conductual como emocional.
- La persona desarrolla una respuesta de supervivencia ante el hecho o situación (lucha, huida o parálisis) que le produce un daño en su funcionamiento y una desconexión desadaptativa que incluye pérdida de control total o parcial de los actos, pensamientos y sentimientos. Debido al alto impacto generado, condiciona posteriormente y de manera profunda su vida cotidiana.
Las cuatro causas que se dan para que la situación estresante se viva real o subjetivamente como una experiencia autobiográfica traumática serán:
- Por intensidad: la fuerza del evento supera a la persona y resulta altamente perjudicial.
- Por desconocimiento: el hecho no se comprende y se produce una fuerte incapacidad de manejo cognitivo ante la irracionalidad o falta de lógica de la vivencia.
- Por peligro: el sujeto cae en la cuenta de que tanto su integridad física como emocional están amenazadas.
- Por falta de regulación: el sistema nervioso se descontrola y pierde la capacidad de gestionar la conducta adaptativa que más favorezca la homeostasis.
Las consecuencias de la experiencia traumática generan un profundo sentimiento de inseguridad e indefensión a quien lo experimenta e interfieren directamente en los diferentes ámbitos de su vida. Se extiende y afecta al proceso de aprendizaje, memoria, apego, socialización, autoestima, cuidado de sí y condiciona la forma de relacionarse con el mundo y consigo misma.
Todas las personas, por mucho trabajo personal que hayamos hecho, tenemos procesos que funcionan desde el bloqueo y patrones repetidos. La clave es ir tomando consciencia, poco a poco, de los patrones más graves, para buscar (y encontrar) alternativas que nos permitan retomar la vida de una forma mucho más plena. Comprender el trauma como un proceso nos da claves para actuar, y también para comprender que nuestra intervención puede requerir tantas experiencias positivas como las de cada uno de esos patrones que llevaron años repitiéndose sin llegar a completarse. Si el trauma es un proceso, eso significa que podemos interactuar con él e ir produciendo cambios, tal vez pequeños, tal vez lentos, hacia un modo mejor de estar.
“El equilibrio no es algo que se encuentra, sino algo que se crea”. Jana Kingsford (2016)
Irene Hernández Arriero
Psicoterapeuta en Nara Psicología