¿Es el ocio algo importante? Así a priori casi seguro que todo el mundo contestamos que sí, que hay que disfrutar y pasárselo bien. Pero claro, ¿esto hace que sea una prioridad?
Si nos fijamos un poco más, probablemente nos demos cuenta de que todo el mundo, en algún momento, lo hemos sacrificado cuando las obligaciones pugnan más.
El contexto
Sin perdernos demasiado en la parte filosófica, es importante contextualizar cómo se vive, en general, el ocio en nuestra sociedad.
Dando por sentado que más o menos todos y todas nos hemos socializado dentro de la moral judeocristiana, que ensalza el valor del sacrificio y el trabajo por encima de todo lo demás, no es difícil pensar que el ocio se ha relegado a un segundo plano, como algo secundario una vez que las obligaciones se han cumplido.
Esta idea es algo que tenemos tan grabado a fuego. Es algo con lo que se nos ha machacado tanto desde que éramos pequeños y pequeñas, que ni siquiera nos planteamos que pueda no ser así. No somos conscientes de que está y simplemente actuamos siguiendo esta idea.
Y no es solo que, como decía Pepe Rubianes, «el trabajo dignifica, el trabajo te honra, el trabajo te realiza, el trabajo te pule, te abrillanta, te da esplendor…» y que, por tanto, veamos el trabajo profesional como lo central de nuestra vida y una obligación; sino que tenemos que atender a otra serie de «obligaciones» menos explícitas: ya sea hacer la compra, preparar la comida, ser una persona deportista, cuidar hijos e hijas, atender a familiares, ser un buen o buena amiga y un largo etcétera.
El cocktail de la socialización
Si a este contexto general que nos encamina a hacer «lo que tenemos que hacer», le sumamos un poco de autoexigencia, un sentido de la responsabilidad y los cuidados marcados, tenemos un cocktail perfecto que en muchas personas acaba derivando en síntomas depresivos.
► ¿Cómo puede ser?
Vamos a verlo. Lo primero que vamos a apreciar es que este cocktail podemos encontrarlo más frecuentemente en mujeres, ya que la socialización de género se encarga de que este mensaje quede bien bien interiorizado y no se olvide.
Os propongo que os paréis un segundo a pensar y echéis un vistazo a las personas que tenéis a vuestro alrededor. Seguro que dais con alguien que cumple con el siguiente perfil: siempre disponible, ayudando, dando todo de sí, con buena cara, sin pedir nada…
► ¿Verdad que sí?
Pero esto es fantástico, ¿no? Claro, tener a alguien así al lado es algo maravilloso, solo nos da y da. Pero si nos fijamos bien, es muy probable que encontremos algo de esa exigencia, partes de responsabilidad, cuidados que se echan a la espalda… Es muy probable también que para esa persona, incluso sin ser muy consciente, no sea algo tan fantástico.
Siguiendo con el ejemplo, además de esas cargas, que ya pesan de por sí y darían para otro artículo, seguramente encontremos que, al menos en parte, el ocio se ha ido sacrificando para hacer frente al resto, llegando en algunos casos incluso a desparecer por completo.
► Nos va cuadrando más, ¿verdad? Ahora la parte depresiva va teniendo sentido.
Con todo esto, si bien puede no ser lo único, una parte de la felicidad puede recaer sobre el tiempo de ocio. Dedicar atención a nuestros «pasatiempos» (el término nos dice mucho de aquello del trabajo por encima de todo), a aquellas cosas que nos gustan, nos divierten, incluso nos entusiasman, puede ser una buena forma de protegernos del malestar, del hastío e incluso de la depresión.
Así de primeras, al igual que pasaba con el tema del sueño, solo si nos paramos a reflexionar podremos intentar deconstruir un poco esta idea judeocristiana del sacrificio, romper con el contexto que nos dirige hacia producir cuanto más mejor dentro del sistema y así poder disfrutar un poco de la vida.
En segunda instancia, podremos dirigir un poco la mirada hacia dentro y ver que tal anda nuestro equilibrio dar-recibir, que nos dará pistas de como anda todo aquello que nombrábamos dentro del cocktail.
Desde ahí podremos generar o consolidar unos autocuidados razonables que nos protejan de volcarnos demasiado en el resto y descuidarnos y de paso darle, quizás, al ocio el valor que merece.
Jorge Moreno – Psicólogo de Nara psicología