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Hambre de piel.

En un año en el que una de las cosas que menos podemos hacer es abrazarnos, el día internacional del abrazo sigue apareciendo el 21 de enero en nuestros calendarios. Este día nos confronta con una realidad que ha sido visibilizada a raíz de las medidas de distancia adoptadas para la prevención del contagio de la Covid-19. La realidad de que nuestra piel tiene hambre de contacto y que cuando no alimentamos esta necesidad, se pueden observar las consecuencias en el funcionamiento de nuestro organismo.

¿Qué quiere decir tener “hambre de piel”?

Se ha denominado “hambre de piel” a la ausencia o carencia de contacto físico prolongado en el tiempo. Esta ausencia o carencia prolongada de contacto físico tiene consecuencias en nuestro organismo, ya que a través del sentido del tacto se regulan algunas sustancias relacionadas con el placer, el disfrute y la disminución del estrés y la ansiedad. Por eso, en muchas ocasiones, sentir una caricia en la espalda o un abrazo cuando estamos en un momento de malestar emocional, tiene un efecto que alivia o atenúa instantáneamente la emoción.

Se lleva estudiando desde hace años la relación entre el contacto físico y la regulación emocional, encontrándose resultados muy interesantes. A nivel antropológico se ha descubierto que el “hambre de piel” tiene una función evolutiva ya que somos seres vivos que necesitamos vivir en sociedad para poder sobrevivir. La necesidad de contacto físico nos acerca inconscientemente a los otros organismos de nuestra especie, buscando saciar este “hambre” de contacto.

A nivel psicológico, tenemos un conocido y controvertido experimento sobre el apego materno realizado por Harry Harlow en 1932. En este experimento, Harlow experimentó con una colonia de macacos Rhesus con el objetivo de observar cómo establecían el vínculo con unas madres artificiales elaboradas por el equipo de investigación. Una de esas madres artificiales estaba hecha de alambre y proporcionaba toda la comida necesaria a través de un biberón y la otra madre artificial estaba forrada de felpa. Se observó cómo las crías de macaco iban a la madre de alambre para alimentarse y después se acurrucaban en la madre de felpa. Cuando se introducían elementos amenazantes en la jaula, acudían a la madre de felpa y cuando se les separaba de las madres artificiales un tiempo y se les volvía a introducir en la jaula, acudían directamente a la madre de felpa e incluso algunos demostraban un intenso cariño a esta madre artificial.

Otros experimentos también recogen cómo los bebés institucionalizados en centros, alimentados con biberones que les aportaban todos los nutrientes necesarios, no se desarrollaban con normalidad debido a la falta de contacto físico con las cuidadoras (no crecían, se deprimían e incluso morían de “hambre de piel”).

A nivel neurológico, se ha podido observar con técnicas de neuroimagen, cómo el contacto piel con piel con la figura de apego favorece el desarrollo del bebé e incluso se ha podido ver que ser sostenido por esta figura en contacto piel con piel reduce la intensidad de la respuesta cerebral del recién nacido a un estímulo doloroso.

En mi opinión, todas estas investigaciones apuntan que saciar el hambre de la piel es tan importante para el desarrollo y el buen funcionamiento organísmico de las personas como saciar el hambre del sistema digestivo. Pero la pregunta ahora es…

¿Cómo podemos atender esta necesidad en el año del distanciamiento físico?

Lo primero que tenemos que hacer es ser conscientes de que todas las personas tenemos esta necesidad y que es posible que una parte de nuestro malestar tenga que ver con esto.

Lo segundo, saber que podemos darnos a nosotras y nosotros mismos este alimento táctil si estamos pasando esta temporada solos y solas y no tenemos la posibilidad de compartir momentos con otra persona.

Lo tercero, conocer otras maneras sociales para mantener la cercanía y estimular sustancias que producen bienestar y disminuyen estrés y ansiedad, sin necesidad de contacto físico. En la situación actual, una herramienta muy útil puede ser la palabra, a través de videollamadas, llamadas telefónicas, cartas…

Si tenemos personas cerca con las que convivamos habitualmente y no tengamos que mantener la distancia física, se recomienda compartir esta información y fomentar los abrazos, las caricias, los masajes… siempre que las dos personas estén de acuerdo y se sientan cómodas con la propuesta.

Si no tenemos otras personas cerca con las que podamos compartir actividades de contacto, podemos practicar el automasaje, abrazarnos y acariciarnos a nosotras mismas, tumbarnos en el suelo y hacer movimientos en los que se ponga en contacto la piel con el suelo, con una pelota de Pilates, etc.

Esperemos que para el día del abrazo del año que viene, ya podamos abrazarnos sin ponernos en riesgo de contagio. Esperemos también que esta experiencia nos deje al menos el aprendizaje de la importancia del contacto físico, ya que una vez que la crisis sanitaria pase, aún habrá personas que por su situación (residencias, ingresos hospitalarios, aislamiento social, etc.) sigan teniendo “hambre de piel”.

 

Inés Alonso Apausa. Psicoterapeuta de Nara Psicología.

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