Hay algunas emociones que están en el fondo de procesos terapéuticos, de problemáticas de pareja o familiares, o de síntomas depresivos o ansiógenos que nos hace bien “saborear”. Emociones que necesitan ser sentidas en el cuerpo, traducidas verbalmente, legitimadas, expresadas y conectadas con las necesidades propias. Y es así como lo recoge la misma evidencia científica.
Existe gran evidencia a favor de la efectividad de la exposición a emociones evitadas, elemento que fomentan algunas tareas de la Terapia Focalizada en la Emoción (TFE). Este tipo de terapia fomenta ejercicios experienciales, corporales y psico-dramáticos para profundizar en procesos emocionales y aumentar nuestra consciencia sobre lo que estamos sintiendo. Relacionado con esto último, algunos estudios encontraron que las personas que eran menos vulnerables a sufrir depresión tenían más recursos para elevar su enfado protector en lugar de fomentar el autodesprecio y la vergüenza. Por otra parte, fomentar esta ira en personas que sufren ansiedad, en ocasiones también ayuda a reducir la angustia autopercibida, así como la tristeza, e incrementar el amor y sentimientos de perdón hacia una misma o autocompasión, emociones que se han visto efectivas para transformar la rabia.
Se ha estudiado que personas altamente compasivas también son eficaces en contrarrestar pensamientos autodenigrantes y auto-condenadores, siendo esto un factor protector para sintomatología depresiva ante un suceso abrumador. Parece que, en situaciones de fracaso, el auto-ataque se activa con mayor probabilidad, así como en circunstancias desfavorables, aunque estas no dependan de nosotras mismas. Una forma alternativa de reaccionar ante sensaciones de fracaso y pensamientos autocríticos podría ser el autoapoyo o sentimientos de autocompasión.
De esta manera, la relación con esos sucesos de percepción de fracaso o de un entorno desfavorecedor cambia, centrándonos en lo que podemos hacer para reafirmarnos, de alguna manera calmándonos y pensando en cómo utilizar nuestras fortalezas para una resistencia activa del problema. Esta habilidad ha sido denominada resiliencia. La resiliencia es esa capacidad para hacernos más fuertes ante nuevos desafíos, aprendiendo habilidades y capacidades nuevas con cada reto afrontado.
La autocompasión o actitud auto-tranquilizadora/relajante en momentos de fracaso o dificultad, se ha entendido en la literatura psicológica como un factor de protección y salud contra ciertas psicopatologías como la depresión. La autocompasión se ha definido como el balance entre las respuestas positivas y las respuestas negativas o (con un alto componente de juicio) hacia una misma ante situaciones difíciles. Este balance, en un contexto de conflicto con otras personas puede influir en nuestra autoestima, y aumenta la probabilidad de superar crisis personales. De hecho, altas medidas en autocompasión han sido relacionadas con una mayor satisfacción vital, bienestar subjetivo y resiliencia, así como con una reducción de síntomas ansiosos o depresivos.
Igualmente, y según la evidencia sobre el tema, se podría afirmar que el simple hecho de aceptar y poner palabra, así como de permitirse la vivencia de la emoción, es una pieza clave para poder autorregularla en un futuro. La emoción desagradable parece aliviarse mediante el reconocimiento de esta, al cual podemos llegar por nosotras mismas o con la ayuda de un factor externo como la intervención de una profesional de la salud mental. Este despliegue del sentimiento integra, entre otros elementos, el desarrollo de la empatía hacia sí misma, la respiración diafragmática, ejercicios de relajación, y la práctica de emociones tales como la autocompasión o la comprensión amable en el diálogo interno. Estas vivencias de calidez y amor hacia uno mismo facilitan una sensación de ser amado, reconocido y calmado. Por otra parte, en ocasiones la empatía hacia una misma nos permite abandonarnos a la experiencia de emociones a las que quizá no nos habíamos abierto antes, emociones que están aportando información esencial sobre quiénes somos y sobre lo que necesitamos más profundamente.
El enfado asertivo o protector, como lo contrario a enfado reactivo o rabia secundaria, es un sentimiento que va enfocado a marcar los limites con respecto a los demás, de manera que se atienden nuestras necesidades. El enfado protector busca establecer límites para permitirse sentir, reconocer y saborear la experiencia de una forma de autocuidado que no es agresiva, sino que dirige la mirada hacia nuestro interior. De esta manera, respetando y comunicando, no de forma agresiva sino serena, la satisfacción de nuestras necesidades más profundas. Este será uno de los objetivos de la terapia para algunas personas: promover la vivencia de una rabia o enfado protector cuando se están transgrediendo los propios límites.
Aunque en muchas ocasiones, las personas necesitan sentir autocompasión hacia sí mismas para sentir que su vida tiene sentido, propósito, sentido de pertenencia a los demás, seguridad y reafirmación en sí mismas, estudios del mismo grupo de investigación informan de que es aún más fundamental el enfado protector o asertivo. Además, una pieza clave de una terapia focalizada en la emoción consistirá en promover la transformación de sentimientos como la vergüenza y la impotencia –que emergen en la persona una vez se critica– en un cierto tipo de asertividad resiliente, para poder resistir de forma más sana sus propios “auto-ataques”, y comportarse más en función de sus necesidades genuinas y adaptativas. ¿Por qué? porque el enfado protector habitualmente nos permite recuperar las dimensiones de empoderamiento, control y autonomía sobre las decisiones de nuestra propia vida.
Estas dos emociones, la autocompasión y el enfado protector o asertivo son emociones que nos “curan” porque nos permiten conectar con necesidades profundas, trayendo información de una parte de nosotros que está sin integrar. ¿Por qué no probar terapia para tratar de encajar este puzle?
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Juan de la Mata Pazos
Psicólogo en Nara Psicología