“Mira ésa, lleva la mascarilla en el brazo, ¡bonito bolso se ha buscado!”, “¿Esos niños qué hacen jugando a estas horas por la calle?”, “La gente no respeta la distancia de seguridad, ¡Así nos luce el pelo!”
Seguro que quienes lean este artículo se pueden sentir identificados/as con este tipo de frases; si no las ha escuchado, seguro que las ha pronunciado.
La Covid19 nos ha obligado a guardar una difícil cuarentena en casa y, ahora que nos permiten ir saliendo a la calle, tememos que todo el esfuerzo realizado meses atrás no haya merecido la pena. Esto provoca que nos miremos con desconfianza, que emitamos juicios y valoraciones sobre el comportamiento ajeno como si nos hubiesen encomendado elaborar el arbitraje de una realidad que se escapa de nuestras manos.
Detrás de este tipo de actitudes pueden esconderse muchas emociones que podemos reconocer y validar: frustración, enfado, irritabilidad, tristeza, pesimismo, estrés,… y una emoción que nos viene acompañando durante este año 2020 y que produce una gran incomodidad para quien la experimenta: el miedo.
Desde el inicio de la pandemia, hemos percibido, como ciudadanos/as de a pie, que la expansión del virus parecía algo incontrolable. Estábamos encerrados/as en casa, cumplíamos las normas, pero aun así asistíamos a un ascenso progresivo de las cifras de muertes y contagios que parecía no acabar nunca. Esto ha generado un sentimiento de indefensión generalizado entre todas las personas. Por mucho que nos esforzáramos leyendo artículos, comparando nuestra experiencia con la de otros países, etc… no éramos capaces de predecir la evolución de la pandemia y esto ha suscitado una sensación de gran vulnerabilidad frente a algo hostil y peligroso.
Así pues, sin darnos cuenta, hemos comenzado a emitir respuestas de hipervigilancia y hemos reproducido una alta reactividad frente a cualquier noticia relacionada con el Covid19. También nos hemos vuelto más reactivos/as frente al comportamiento de los/as demás porque hemos entendido que de esos comportamientos dependía que saliéramos de esta crisis o que, por el contrario, se alargase.
Ahora que nos han dado permiso para reunirnos, para sentarnos en las polémicas “terrazas”, que podemos hacer ejercicio, salir a los parques con los/as niños/as, etc… esta reactividad hacia la actuación del resto, se manifiesta con mayor fuerza.
Estamos constatando que resulta más fácil “ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro”. La mayoría de los/las habitantes de nuestro país están cumpliendo las normas de seguridad promovidas por el Estado de Alarma. Son las personas que no siguen estas indicaciones, las excepciones a esta regla general, las que nos disparan la hipervigilancia y el enjuiciamiento.
Existe un sesgo al que nos vemos muy expuestos/as en el momento actual; el sesgo de abstracción selectiva o sesgo de confirmación. Según éste, tendemos a buscar en el entorno que nos rodea aquellos ejemplos que confirmen nuestras hipótesis (nos fijaríamos más en la gente que no lleva la mascarilla por la calle que en la gente que sí).
Entre esas personas infractoras nunca estamos nosotros/as. El ser humano cuenta con un mecanismo psicológico para aprobar comportamientos propios que sancionaríamos en los/as demás a través de un conjunto de estrategias para reducir la disonancia cognitiva. León Festinger, psicólogo social, fue el primero en definir este fenómeno como la incomodidad, tensión o ansiedad que experimentan los individuos cuando sus creencias o actitudes entran en conflicto con lo que hacen. Esta “incongruencia” puede llevar a un intento de cambio de la conducta o a defender sus creencias o actitudes (incluso llegando al autoengaño) para reducir el malestar que producen.
Por poner un ejemplo; probablemente no cumplamos los horarios de los paseos con peques porque, “si antes ya era difícil separarles de sus amiguitos/as, ahora que pasan el resto del día en casa aburridos/as, resulta una hazaña poder persuadirles para actuar según marcan las normas”. O, “me quito la mascarilla para correr, pero estoy actuando de manera responsable porque tengo cuidado de no acercarme a nadie mientras esto lo hago”.
Esto tendría guardaría una estrecha relación con el sesgo de correspondencia, por el que ante un comportamiento que puede ser percibido como erróneo (saltarse las normas del confinamiento), nos resulta más fácil justificar o disculpar nuestro incumplimiento que el de los demás.
La profesora de Psicología en la UCM, Carolina Marín lo explica así en un artículo del Diario El Confidencial: «Es la proyección: ver en el otro lo que tú estás haciendo mal… pero no verlo en ti mismo. Es un mecanismo de control, de defensa: ‘Yo lo estoy haciendo bien, pero el otro no’, o ‘Si los demás lo hicieran como yo, todo iría mejor’. La proyección se hace siempre, en el día a día, con la pareja, con los amigos, con los familiares… Ahora lo hacemos a nivel social. Se está magnificando«.
De hecho, siguiendo lo que comenta Carolina, existen personas que ya antes de la pandemia tenían esa tendencia “externalizadora” a atribuir concepciones negativas en los/as demás, pero nunca en ellas mismas. Los/as externalizadores/as son sujetos que justifican todas las cosas negativas que suceden en sus vidas por motivos externos, que escapan de su control. En plena desescalada, se pueden hacer más visibles a través de discursos muy críticos y derrotistas que fomentan la intolerancia hacia los comportamientos ajenos.
Conductas como éstas nos pueden llevar a sentir que nos polarizamos en la observación de la conducta de los/as demás; “Patricia lo está haciendo mal, Juan y su familia lo están haciendo bien”, “Pedro vive en otro mundo, es un inconsciente”.
Desde Nara Psicología consideramos que este tipo de análisis pueden dañar no sólo a la persona que los emite, sino a las que reciben ese examen.
Probablemente no haya polos blancos o negros y estemos todos/as dentro de un margen grisáceo. La escala de los grises fomenta la comprensión y la empatía de la comunidad. Cuando nos polarizamos es cuando corremos el riesgo de experimentar emociones tóxicas y dolorosas que ningún bien nos hacen en este periodo confuso y complejo para todos/as.
Parece interesante, así pues, hacer una apelación a la humildad, a la autocrítica, y a la transigencia. Tenemos la seguridad de que estamos haciendo todo lo posible por salir de esta crisis, pero no es algo fácil y nunca antes nos habíamos enfrentado a algo así (al menos, las personas más jóvenes). Seamos compasivos/as con nosotros/as mismos/as y con los/as demás. Probablemente así sumemos fuerzas y nos sintamos con más energía para hacer frente a las dificultades presentes y futuras.
Camino Baró San Frutos. Terapeuta de Nara Psicología.
Referencia artículo: “Todos son idiotas menos tú:por qué crees ser el único sensato del covid (y no tienes razón)”. Publicado en El Confidencial por C. Otto, el 24/05/2020.